lunes, 1 de febrero de 2021

Para verdaderos creyentes

PARA: Verdaderos Creyentes
DE: Eduardo Marapacuto
CC: Sacerdotes descarriados



Escribo estas palabras sin ánimo de polemizar con nadie, más todavía cuando cualquier prelado puede opinar como guste, pero ninguna religión en general ni una iglesia en particular pueden pretender imponer sus criterios prejuiciados de la política de un país con la visión de Herodes y Judas Iscariote. Precisamente, ante los discursos descarriados de algún sacro santo sacerdote, que se cree dueño de la verdad absoluta, también es justo que nosotros podamos decir y confrontar en el marco del respeto y el diálogo racional. Por ejemplo, usted sentencia de forma prejuiciada que viene para Venezuela la islamización, que se avecinan tiempos oscuros para el país y que con la nueva Asamblea Nacional, se consolida el totalitarismo. Yo digo, perdonalo Señor, porque no sabe lo que dice.

Mi estimado Sacerdote, ¡Dios es Revolucionario!

Si “Dios es amor” como la Biblia dice, ¿Por qué deberíamos temerle? (Juan 4:16). Y de verdad, ¿por qué temer a un Dios de amor? Por el contrario, la persona cuya conciencia está limpia con deseos inmensos de construir una patria grande para los pobres, debe sentir que la fuerza de Dios está con él. Precisamente, la creencia profunda en el Ser Supremo que me inculcaron mis padres, me lleva a afirmar de manera unívoca que Dios es Revolucionario.

A riesgo de ser juzgado por algún tribunal de la inquisición o que me lleven a la hoguera atizada por traidores de la patria, digo –como ya lo dijo Pascal a mediados del siglo XVII– que hay un Dios de la fe y de la realidad viva, que nos da la energía necesaria para no desmayar en el esfuerzo de construir un mundo de paz y de justicia.

Hasta ahora hemos vivido en la tragedia de los tiempos, del conflicto eterno de los estados que han derramado mares de sangre para preservar el privilegio de castas políticas, en detrimento de millones de seres humanos cuya única esperanza es recoger diariamente las migajas que va dejando la democracia capitalista. Se trata, sin duda, de un mundo irracional, insostenible y salvaje, que está matando a pueblos enteros diariamente, como es el caso de Afganistán, Irak, Líbano y Palestina. Y como muestra del carácter terrorista de algunas democracias, particularmente la norteamericana, quedando todo al descubierto. Y aquí es donde uno se pregunta: ¿Se atreverían los líderes hipócritas de las democracias del mundo a condenar a muerte a los terroristas de la derecha? Tarde o temprano los genocidas de la derecha que hoy gobiernan en muchos países del mundo tendrán que pagar por sus crímenes contra la humanidad. El Dios revolucionario tarda pero no olvida.

Tampoco olvida Dios que América Latina fue sometida y saqueada durante quinientos años de colonialismo. En nombre del Rey y con la bendición de la Iglesia Católica, estos pueblos fueron pisoteados y aniquilados casi en su totalidad, pero gracias al poder del Padre Creador, nacieron en estas tierras auténticos líderes que por amor a su patria, dieron hasta la vida para dejar sembrada la semilla de la libertad en la conciencia de las sociedades latinoamericanas. De igual manera, nosotros tampoco olvidamos el chantaje y la manipulación de los imperios para adueñarse de nuestros recursos energéticos. A través de la compra de conciencias, fueron penetrando la estructura de los sistemas políticos, que les permitía controlar las decisiones políticas, económicas, sociales y militares que se tomaban al interior de los gobiernos y de los estados.

El funcionamiento de las democracias latinoamericanas se diseñaba y todavía se diseñan en los grandes centros de poder y la operatividad de los gobiernos estaba bajo la supervisión de los gobernantes de turno de esos centros de poder. Eran auténticas democracias tuteladas. Los líderes de nuestros pueblos debían contar con el visto bueno del imperio, quien finalmente era el que brindaba el apoyo en su carrera política. El que era contrario a los postulados de las potencias imperiales, simplemente lo aniquilaban, lo secuestraban o lo derrocaban. Abundan claros ejemplos de estas prácticas perversas desarrolladas durante años. Así tenemos el caso de Sandino (Nicaragua), Salvador Allende (Chile), Jean-Bertrand Arístide (Haití), Noriega (Panamá) y más recientemente, Hugo Chávez (Venezuela) y Evo Morales (Bolivia).

Sin embargo, nuestros pueblos nunca perdieron la esperanza en Dios. En ese Dios del amor y la solidaridad, el que protege y no se olvida de su compromiso de socorrer a los más necesitados; el Dios de las letras que quiere ver a sus hijos estudiando, que tengan atención médica, que tengan su vista clara para ver y adorar la obra que se hace; el Dios que no tiene egoísmo, que proporciona el capital semilla para la prosperidad; el Dios de las misiones solidarias que dan vida, alimentan y tranquilizan el alma de las familias venezolanas. Ese precisamente, es el Dios revolucionario con el que nos hemos encontrado.

Ese encuentro con Dios, fue lo que hizo levantar al pueblo venezolano, que hoy anda bañado en bendiciones, en discurso y acción revolucionaria, construyendo los valores de la patria nueva. El compromiso de impulsar la democracia revolucionaria en Venezuela es irreversible. Por ello, no debe haber duda que seguiremos por el camino que nos ha trazado el Dios revolucionario.

Además de un compromiso y esfuerzo, la democracia revolucionaria ha sido asumida como una práctica orientada a la construcción de un sistema político con capacidad de respuesta a las demandas de los diferentes sectores de la sociedad, particularmente de los excluidos. Avanzamos hacia otros esquemas políticos más eficientes y se dejan atrás las falsas democracias de corta visión que para no ver la realidad se encerraron en acuerdos puramente formales y burocráticos, cobijándose muchas veces en el manto perverso de la institucionalidad irracional y los liderazgos inventados.

La anatomía de las democracias que están surgiendo y los gobiernos que están volviendo en América Latina muestran un rostro diferente con una clara tendencia no solo irreversible sino también de desarrollo fulgurante hacia el socialismo del siglo veintiuno. Se abren ciertos caminos para que sean las mismas sociedades quienes construyan su presente y su futuro sobre verdades reales. Hoy más que nunca es importante la profundización del proyecto revolucionario y la fortaleza del sistema político, con claridad de propósitos y objetivos del gobierno en la búsqueda de soluciones a los problemas sociales que garanticen el bienestar colectivo y le hagan frente a todo este bloqueo y sanciones de todo tipo por parte de gobiernos extranjeros.

La democracia revolucionaria es una realidad segura en Venezuela, y con posibilidades ciertas y posibles en otros países latinoamericanos. No obstante, para seguir avanzando seguros hacia la construcción de la patria grande, es necesario asumir y enfrentar los retos. Por ello “hay que dejar de lado la democracia boba y débil”, tal como lo dijo Hugo Chávez. Nos identificamos plenamente con ese planteamiento. De verdad, para que no sucumba en las garras de los enemigos y caiga en los espacios vacíos de la apariencia “la democracia revolucionaria tiene que ser necesariamente fuerte, poderosa, debe estar llena de fuerza. No debe ser una democracia debilucha, lánguida insulsa, ingenua”.

Es necesario y hasta profiláctico que esta democracia se distancie del modelo representativo. Debe clausurarse toda posibilidad de vuelta a esquemas políticos ya superados. Los liderazgos y democracias que se unen al tronco común de la corriente revolucionaria, deben cumplir la promesa de lograr avances políticos reales e iniciar verdaderos procesos irreversibles de cambio radical. Venezuela lleva buen rato limpiando el terreno, cortando la maleza y desalojando a los buitres oligarcas que, disfrazados de demócratas, ejecutaban leyes para saquear y entregar las riquezas de la nación.

Hay que sembrar la democracia revolucionaria en la conciencia de nuestros pueblos y sociedades, y en cada surco que se vaya abriendo también debe sembrarse el ideal revolucionario. No hay tiempo para dudar, ni mucho menos ir pausadamente. Las revoluciones son procesos para construir y Dios ha visto los grandes esfuerzos que se hacen desde el gobierno para construir la patria nueva. A pesar que las fuerzas del mal, las fuerzas opositoras no cesan en su empeño de crear el caos, Dios fortalece cada vez más a la democracia revolucionaria, llevándola de victoria en victoria. Sin duda alguna, Dios también es revolucionario.

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